Es sorprendente que cuando a alguien le
preguntas ¿Cómo se crea el dinero? El primer pensamiento pasa por el Estado
imprimiendo billetes. Pero la realidad del sistema financiero es otra. La mejor
descripción la he encontrado en el libro de Alfredo
Pastor, “La
ciencia humilde, economía para ciudadanos”, por eso
transcribo abajo un extracto de su libro, donde se explica cómo se crea el
dinero de la nada y el origen de los bancos.
Si alguien se ha quedado con las ganas de saber
más sobre el privilegiado negocio de los bancos le recomiendo ver el siguiente video
(dura unos 45 minutos)
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“El control de la cantidad de dinero está en
el origen del sistema financiero, y no es posible entender bien la operación de
la política monetaria sin saber algo del proceso de creación del dinero.
Empecemos por situarnos en un mundo sin bancos centrales,
en el que el único tipo de dinero reconocido fuera la moneda metálica: un mundo
que se correspondería con bastante exactitud al de la Europa medieval.
Supongamos que un comerciante veneciano hubiera ganado mucho dinero en la feria
de Amberes, y tuviera la intención de seguir operando allí; antes que regresar
a Venecia con su dinero a cuestas y
verse expuesto a ser desvalijado a la ida o a la vuelta, preferiría dejar su
dinero en Amberes, confiando a la custodia de alguien de confianza y provisto
de sólidas cerraduras en su puerta. Lo mismo harían otros comerciantes, de modo
que el custodio se convertiría en depositario de una gran cantidad de dinero en
metálico, cobrando, naturalmente, una comisión por sus servicios y obligado a
devolver el dinero a sus propietarios, en cuanto estos lo reclamasen. El
depositario no tardaría en darse cuenta de que, como sus comerciantes aparecían
por su casa a intervalos regulares, él podía prestar el dinero depositado a
interés, por plazos naturalmente inferiores a las apariciones de sus
propietarios, y esta actividad de prestamista pasaría a convertirse en su
principal negocio, por ser más rentable que la mera actividad de custodio.
Con el tiempo, aparecería otra innovación importante: el
prestamista no entregaría dinero en metálico al conceder un préstamo, sino que se
limitaría a emitir pagarés o certificados por una cantidad de dinero, a su
nombre y con su garantía. Al ser persona conocida en la plaza, esos pagarés
circularían como dinero, porque serían aceptado por muchos como medio de pago,
más cómodo y seguro que el trasiego de monedas; solo de vez en cuando alguien
se molestaría en presentarse ante el prestamista original para reclamar el
canje de su pagaré por dinero en metálico, quizá porque hubiera de desplazarse
a otra ciudad. Con el tiempo, el prestamista utilizaría esos pagarés para
conceder crédito a sus clientes: a cambio de devolver al prestamista en el
futuro la suma inicial y el interés, ambos en metálico, el cliente recibiría un
pagaré que podría emplear como medio de pago. Con esta innovación aparecen los
dos primeros elementos del sistema bancario moderno. En primer lugar, que la
cantidad de dinero está formada por dos componentes: las monedas metálicas,
único dinero “real”, y los pagarés del prestamista, que uno puede utilizar como
medio de pago allí donde sea aceptado. En segundo lugar, las monedas metálicas
están acuñadas por las autoridades y su volumen queda fuera del control del
prestamista; los pagarés, en cambio, son emitidos por el prestamista, y su
volumen depende de él.
No puede ser prestamista una persona cualquiera: es necesario
gozar de buena reputación para que los pagarés que uno emite sean aceptados
como medio de pago. Para ello es necesario que todos estén convencidos de que
el prestamista puede responder en cada momento entregando en dinero metálico el
equivalente de sus pagarés, siendo capaz, además de devolver el dinero recibido
en depósito por parte de los comerciantes. Por consiguiente, el prestamista ha
de tener cuidado en no emitir demasiados pagarés, es decir, de no conceder
demasiados créditos; su capacidad para otorgarlos dependerá, no sólo de la
cantidad de dinero en metálico depositada en sus cofres, sino de la frecuencia
con que sus propietarios acudan a reclamarla. Con el tiempo, la experiencia le
dirá que si, por ejemplo, tiene dinero en metálico por valor de 1.000, el
volumen total de crédito concedido – es decir, la cantidad de pagarés emitidos
– no debería ser superior a 10.000. Si excede ese volumen, aumenta el riesgo de
que, en su momento dado y por cualquier razón, se le presenten peticiones de
metálico superiores a sus reservas: en ese momento, si nadie le presta la
diferencia, el prestamista deberá declararse en quiebra.
Es sorprendente comprobar cómo esta descripción de las
actividades de los primeros banqueros aún captura caracteres esenciales de un sistema
bancario moderno. Los dos rasgos más importantes para nuestros propósitos son,
primero, que en nuestras economías la
creación de dinero la llevan a cabo el Banco Central y, en mayor medida, la
banca comercial; y, segundo, que el Banco Central puede poner un límite al
volumen de crédito que la banca concede – es decir, la cantidad de dinero que emite – porque
obliga a mantener el equivalente de una fracción de los créditos concedidos en
forma de unos activos que sólo él emite, y que corresponden a la moneda
metálica en los cofres del prestamista de antaño.” Pastor, Alfredo;
“La ciencia Humilde”. Editorial Crítica, 2010. ISBN: 978-84-9892-181-6